Puntos clave:
Cuando nuestro equipo de liderazgo en la Escuela Primaria Firthmore se reunió con un representante de OPAL (Juego y Aprendizaje al Aire Libre), un mensaje llegó claramente: “El juego no es un descanso del aprendizaje, es aprendizaje”.
Mientras hojeaba las diapositivas, vimos ejemplos de otras escuelas donde los patios de recreo se han transformado en centros de creatividad. Había “estaciones de juego” donde los niños podían construir, imaginar y colaborar. Una cosa que me llamó la atención fue la simple adición de una estación de música, donde los niños pueden bailar canciones durante el recreo, convirtiendo el recreo en una salida para la alegría, la autoexpresión y la comunidad.
OPAL no pretende dar a los niños “más tiempo libre”. Se trata de hacer que el juego sea significativo, inclusivo y de desarrollo. En Firthmore, el director ha incluido OPAL en el plan a largo plazo de la escuela, garantizando que el tiempo de juego fomente la creatividad, la resiliencia y las habilidades sociales tanto como las lecciones en el aula.
Después de ver estos ejemplos de Opal, no pude evitar pensar en lo diferente que es esta visión de lo que domina la conversación en muchas escuelas: la tecnología. Si bien Opal enfatiza el juego, el movimiento y la creatividad no estructurados, la mayoría de los sistemas educativos, en el Reino Unido y en el extranjero, están bajo presión para adoptar más tecnología educativa. El argumento es que el acceso temprano a las pantallas ayuda a los niños a personalizar su aprendizaje, desarrollar fluidez digital y prepararse para un futuro en el que las habilidades técnicas son esenciales.
Pero ¿qué sucede cuando estas dos filosofías chocan?
Por un lado, programas como OPAL nos recuerdan que los niños necesitan experiencias prácticas, imaginación y socialización, habilidades que no pueden ser reemplazadas por una tableta. Por otro lado, las escuelas de todo el mundo están compitiendo para mantenerse al día con la era digital.
Incluso en Silicon Valley, donde nace la innovación tecnológica, escuelas como la Escuela Waldorf de la Península optaron por prescindir de las pantallas en los primeros años. Su pensamiento refleja el espíritu de OPAL: la creatividad y la interacción humana profunda sientan bases cognitivas y emocionales más sólidas que las que cualquier aplicación puede proporcionar.
Las investigaciones respaldan esta precaución. El Royal College of Paediatrics and Child Health aconseja a los padres y a las escuelas que equilibren cuidadosamente el uso de pantallas, la actividad física, el sueño y la interacción familiar. En 2023, la UNESCO advirtió que “no todas las tecnologías educativas mejoran los resultados del aprendizaje y algunas reemplazan el juego y la interacción social”. Asimismo, un informe de la OCDE de 2021 encontró que el uso intensivo de pantallas entre los niños de 10 años se asocia con puntuaciones de bienestar más bajas, lo que destaca los riesgos de depender demasiado de los dispositivos en los primeros años.
Como gobernador, veo ambos lados: entusiasmo por las herramientas digitales que prometen compromiso y eficiencia, y preocupación por el bienestar de los niños y su preparación para el aprendizaje permanente. Opal me hizo pensar en qué tipo de bases queremos sentar antes de implementar la tecnología.
Entonces, ¿dónde nos deja esto? Para mí, la iniciativa OPAL en Firthmore es un poderoso recordatorio de que la educación no tiene por qué ser una elección entre tecnología y tradición. El verdadero desafío es el equilibrio.
Esto plantea preguntas importantes para todos nosotros en la educación:
- ¿Cuándo es el momento adecuado para introducir la tecnología?
- ¿Cómo equilibramos la fluidez digital con la necesidad de un aprendizaje profundo centrado en el ser humano?
- ¿Dónde trazamos la línea entre las pantallas y los juegos, y quién decide?
Esta es una conversación no sólo para educadores, sino también para padres, formuladores de políticas y comunidades. ¿Cómo queremos que la próxima generación aprenda, juegue y prospere?