TOPSHOT – Tres pájaros pasan volando cerca de un parque eólico cerca de la ciudad de Florida, a unos 100 km al norte de Montevideo, mientras una tormenta oscurece el cielo de la tarde del 8 de febrero de 2018. (Foto de Mariana SUAREZ / AFP) (Foto de MARIANA SUAREZ / AFP vía Getty Images)
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Uruguay hizo lo que la mayoría de las naciones todavía llaman lo imposible: construyó una red eléctrica que funciona casi en su totalidad con energía renovable, a la mitad del costo de los combustibles fósiles. El físico que dirigió esta transformación dice que el mismo manual podría funcionar en cualquier lugar, si los gobiernos tienen el coraje de cambiar las reglas.
Para Ramon Méndez Galain, la transición energética no es sólo una cuestión de clima, sino de economía. Sostiene que el cambio de Uruguay hacia las energías renovables demostró que la energía limpia puede ser más barata, más estable y crear más empleos que los combustibles fósiles. Una vez que el país niveló el campo de juego que durante mucho tiempo había favorecido al petróleo y al gas, las energías renovables obtuvieron mejores resultados en todos los frentes: redujeron los costos a la mitad, crearon 50.000 empleos y protegieron a la economía de los shocks de precios.
“Si se obtienen los incentivos correctos, el mercado hará el resto. No se necesitan milagros, se necesitan reglas que tengan sentido económico”, me dijo Méndez Galain. Entrevisté al ex Ministro de Energía de Uruguay, que ocupó el cargo de 2008 a 2015, en Cumbre de Soluciones Climáticas de Mountain Towns 2030 en Breckenridge, Colorado, un foro que reúne a líderes locales y expertos en sostenibilidad para explorar soluciones climáticas pragmáticas.
Cuando Méndez Galain comenzó a pensar en el sistema energético de Uruguay, el país enfrentaba el clásico dilema de una nación pequeña: un enorme crecimiento en la demanda de electricidad, casi ninguna fuente interna de combustibles fósiles y una creciente dependencia del petróleo y el gas importados. Ya se había aprovechado la energía hidroeléctrica y los apagones estaban empezando a afectar tanto al sector industrial como al residencial.
Uruguay es una nación pequeña pero próspera. Con una población de 3,5 millones, tiene un producto interno bruto de alrededor de 80 mil millones de dólares y el ingreso per cápita más alto de América Latina. Su economía se basa en la agricultura, la ganadería, la silvicultura y un creciente sector de servicios en lugar de la industria pesada. Eso hace que su giro renovable sea aún más notable: una economía de tamaño mediano orientada a las exportaciones que demuestra que la energía limpia puede ser más barata, más estable y rica en empleos, sin depender de una demanda industrial masiva.
A principios de la década de 2010, el gobierno uruguayo se dio cuenta de que seguir dependiendo de combustibles fósiles importados era económicamente insostenible. Méndez Galain, entonces físico de partículas sin experiencia formal en el sector energético, propuso un plan audaz: construir un sistema que dependiera casi por completo de recursos renovables nacionales (eólico, solar y biomasa) y hacerlo más barato que los combustibles fósiles.
¿Podría el modelo uruguayo funcionar en otros lugares?
Ramon Méndez Galain, ex Ministro de Energía de Uruguay, quien lideró la transformación energética del país.
Ramón Méndez Galaín
Los resultados hablan por sí solos. Hoy en día, Uruguay produce casi el 99% de su electricidad a partir de fuentes renovables, y solo una pequeña fracción, aproximadamente entre el 1% y el 3%, proviene de centrales térmicas flexibles, como las que funcionan con gas natural. Sólo se utilizan cuando la energía hidroeléctrica no puede cubrir completamente los períodos en los que la energía eólica y solar es baja. La combinación energética es diversa: mientras que la energía hidroeléctrica representa el 45%, la eólica puede proporcionar hasta el 35% de la electricidad total, y la biomasa, antes considerada un problema de residuos, ahora representa el 15%. La trama llena los vacíos.
El impacto económico ha sido profundo. El costo total de la producción de electricidad se redujo aproximadamente a la mitad en comparación con las alternativas de combustibles fósiles, y el país atrajo 6 mil millones de dólares en inversiones en energía renovable durante un período de cinco años, equivalente al 12% de su PIB. Se crearon alrededor de 50.000 nuevos puestos de trabajo en construcción, ingeniería y operaciones, alrededor del 3% de la fuerza laboral. Aún más sorprendente es que Uruguay ya no está sujeto a los cambios bruscos de los mercados mundiales de combustibles fósiles.
Esta transformación no fue sólo técnica; también era normativo y estructural. Uruguay pasó a mercados de capacidad de largo plazo, brindando previsibilidad a los inversionistas y empresas de servicios públicos y al mismo tiempo eliminando el sesgo que favorecía a los combustibles fósiles. El enfoque adaptativo del gobierno, mantenido a lo largo de cinco administraciones, aseguró la coherencia. En lugar de hacer del clima el foco principal, los formuladores de políticas priorizaron los costos, la confiabilidad y los beneficios económicos; la reducción de emisiones fue una valiosa ventaja.
“No empezamos con objetivos climáticos. Empezamos con el problema del coste y la fiabilidad. El medio ambiente fue un efecto secundario positivo, no el motivo”, explica Méndez Galain.
La estrategia de Uruguay tuvo tres elementos: reforma regulatoria, subastas competitivas y recursos nacionales diversificados. El gobierno eliminó los subsidios de larga data a los combustibles fósiles e introdujo contratos a largo plazo para proyectos renovables, brindando a los inversores retornos predecibles. Las subastas de proyectos eólicos y solares han fomentado la competencia, lo que ha dado lugar a precios más bajos. Los clientes pagan al menos un 20% menos que antes de la transición, mientras que el gobierno tiene más fondos disponibles para educación y servicios públicos.
Su economía ha estado creciendo entre un 6% y un 8% anual, y su tasa de pobreza ha caído del 30% al 8%. Esta es una fuerte evidencia de que estos cambios son efectivos.
“La clave no es la tecnología, son las instituciones”, afirmó Méndez Galain. “Una vez que las reglas son justas y predecibles, el sistema se construye solo”.
La economía primero, el clima después
Vista aérea de la represa hidroeléctrica binacional Salto Grande en el río Uruguay entre Salto en Uruguay y Concordia en Argentina, tomada el 30 de agosto de 2023. (Foto de Elisa COLELLA/AFP) (Foto de ELISA COLELLA/AFP vía Getty Images)
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Los críticos, sin embargo, advierten que no se debe suponer que el enfoque de Uruguay pueda copiarse en todas partes. Algunos sostienen que el tamaño, la estabilidad política y el sólido marco institucional del país lo hacen inusualmente bien preparado para un cambio tan rápido. Otros señalan que la demanda de electricidad de Uruguay es modesta en comparación con las economías industriales más grandes, donde equilibrar el suministro y la estabilidad de la red puede ser mucho más complejo.
Méndez Galain reconoce las diferencias pero se niega. “Cada país tiene recursos; es sólo cuestión de diseñar las reglas para usarlos eficientemente. Las economías más grandes necesitan más planificación, sí, pero el principio es el mismo”.
Otras preocupaciones se centran en el costo y la escalabilidad. Si bien el enfoque de Uruguay ha generado precios bajos, a algunos analistas de energía les preocupa que replicar el modelo en países con mayor demanda pueda requerir costosas actualizaciones de una infraestructura de transmisión y almacenamiento significativamente mayor. La integración en la red de recursos intermitentes puede ser un desafío a escala, especialmente en regiones con recursos hidroeléctricos limitados.
Méndez Galain es pragmático. “No es porque seamos un país pequeño con mucha energía hidroeléctrica. Tenemos energía eólica y solar. Entendimos que tenemos que cambiar las reglas del juego para que las energías renovables puedan competir. Cuando eliminamos los fuertes sesgos que favorecen a los combustibles fósiles, las energías renovables emergen como el claro ganador”.
Señala que el Fondo Monetario Internacional dice que los combustibles fósiles reciben 1,3 billones de dólares en subsidios directos en todo el mundo y 6 billones de dólares en subsidios indirectos anualmente, lo que les da ventaja en la mayoría de los lugares del mundo.
Lo que hace que el ejemplo de Uruguay sea convincente para los formuladores de políticas no es sólo el desempeño ambiental, sino también la justificación económica. Méndez Galain enfatiza repetidamente que las energías renovables se volvieron dominantes porque eran más baratas y más estables que los combustibles fósiles importados, no debido a objetivos de carbono. Esta lente económica, sostiene, es esencial si los países quieren una adopción sostenida de energía limpia.
“Las políticas climáticas fracasan cuando están desconectadas de la economía. La transición funciona cuando ahorra dinero y crea empleos”, afirma.
De hecho, el enfoque de Uruguay ha despertado interés en América Latina y más allá. Delegaciones de México, Chile e incluso Sudáfrica han estudiado el modelo, explorando subastas, combinaciones energéticas híbridas y reglas de mercado flexibles. Las instituciones financieras internacionales también han tomado nota y ven a Uruguay como una demostración de bajo riesgo de que las energías renovables pueden ser financiables a escala.
Uruguay demuestra que los países pequeños pueden lograr lo que muchos consideran imposible. Al priorizar la economía, garantizar la estabilidad regulatoria y aprovechar los recursos internos, el país creó un sistema de energía renovable que es más barato, más confiable y requiere más mano de obra que los combustibles fósiles. Los beneficios ambientales, si bien son importantes, son un beneficio secundario y no la motivación principal.
Para Méndez Galain, el mensaje es sencillo: “La cuestión no es si las energías renovables pueden funcionar. La cuestión es si los gobiernos tienen el coraje de cambiar las reglas. Si lo hacen, el resto es sencillo”.
El mundo ignora el ejemplo de Uruguay bajo su propia responsabilidad. De hecho, las energías renovables están listas, el manual está en vigor y los beneficios son tangibles. El único ingrediente que falta es la voluntad política, a menudo empañada por el interés propio y el dinero.