La gobernanza compartida es la gran vaca sagrada de la educación superior. Todos le prestamos atención constante. Los presidentes deben expresar su respeto público por sus principios. Decir cualquier otra cosa es una muerte profesional instantánea. Pero, ¿es la gobernanza compartida, el gran tercer carril de nuestra política universitaria, la mejor manera de pensar sobre la gobernanza universitaria? ¿O es hora de un nuevo modelo?
Estoy convencido de que es hora de abandonar la gobernanza compartida y reemplazarla con una teoría nueva y más útil del liderazgo universitario y la distribución de la toma de decisiones universitarias. No digo esto a la ligera ni con ningún júbilo particular. Me doy cuenta de que mucha gente, especialmente los profesores, no querrán oír eso. Pero la gobernanza conjunta ha dejado de ser útil.
La gobernanza compartida no es una descripción precisa, en términos empíricos, de cómo funcionan realmente las universidades. En la práctica, las juntas y presidentes actualmente comparten muy poco poder con los profesores. Tampoco es el ideal normativo correcto que deberíamos esforzarnos por alcanzar. La división de poder entre la Junta, el Presidente y el cuerpo docente a menudo resulta en indecisión, una toma de decisiones demasiado lenta, la reproducción de la conformidad intelectual e ideológica, un énfasis excesivo en el proceso y la defensa del status quo. Simplemente, la verdadera gobernanza compartida no funciona bien. La gobernanza compartida no produce una gestión estratégica, decisiva e innovadora. Tenemos que hacerlo mejor.
Mi favorito es: Reconocemos honestamente que vivimos, y debemos vivir, en un mundo de gobernanza delegada.
Las universidades son entidades legales, y cualquier teoría de la gobernanza universitaria debe comenzar con un hecho legal básico: el Consejo Directivo es legalmente responsable de todos los aspectos de las operaciones universitarias. La Junta es responsable de la administración financiera, del programa académico, del cumplimiento legal y de la contratación y despido. El Consejo no puede compartir este poder. Legalmente, son responsables de la universidad, quieran o no esa autoridad. Todo lo que pueden y deben hacer es delegar sabiamente esta autoridad a otros actores de la universidad.
Entonces, ¿cómo y en quién deberían las juntas directivas delegar esta autoridad? En primer lugar, para el presidente. La Junta debe proporcionar al Presidente una dirección estratégica muy clara sobre la dirección que desea que tome la universidad, por escrito, y luego responsabilizar al Presidente por el progreso hacia el logro de esas metas. Si la junta carece de claridad estratégica, como suele ser el caso, debería participar en un proceso de planificación estratégica para desarrollar una comprensión compartida del camino óptimo de la universidad. El presidente debe gestionar este proceso y buscar la opinión de los profesores, pero en última instancia, la junta es responsable de establecer los objetivos de la universidad. Esto es válido desde un punto de vista jurídico, pero también lo es como declaración de buen juicio. Si la junta considera que el presidente no comparte sus objetivos o no está progresando, necesita encontrar un nuevo director ejecutivo.
¿Qué pasa con la gestión diaria? No creo que el consejo deba meterse en la maleza. Deben fijar objetivos estratégicos y luego apartarse del camino. Las juntas deben supervisar la administración del fondo de donación, aprobar el presupuesto anual (incluida la tasa de pago del fondo de donación y el aumento anual de la matrícula), monitorear el progreso del presidente y garantizar que la junta y el presidente estén de acuerdo en asuntos de posible controversia política. Pero las juntas directivas no deberían involucrarse en los detalles más finos.
¿Cuál es el papel de la facultad? Las universidades y los consejos de profesores pueden y deben brindar asesoramiento y retroalimentación a la junta directiva y al presidente, pero no creo que deban ser quienes formulan las políticas generales para la comunidad universitaria y universitaria. En pocas palabras, Ph.D. En una materia académica, la profesión docente e investigadora no te prepara adecuadamente para los conceptos básicos de la gestión universitaria: gestión de fondos, asignación de recursos, admisiones, relaciones laborales, comunicaciones, planificación estratégica y gestión de riesgos. Los profesores son un grupo universitario importante, pero son sólo uno entre muchos, incluidos estudiantes, personal, sindicatos, exalumnos y altos directivos. Al igual que con otros grupos de interés, a veces les cuesta anteponer los intereses de otras partes interesadas a los suyos propios. Tienen que asesorar, y las juntas directivas y los presidentes deben escuchar atentamente esos consejos, pero no deben pretender gobernar.
Sin embargo, los presidentes deben delegar cuatro categorías de decisiones de vital importancia a los profesores: nombramientos de profesores, recomendaciones de titularidad, ofertas de cursos en el departamento y formulación de planes de estudio individuales. Estas decisiones caen directamente en la timonera de los profesores y influyen en su experiencia del mundo real. Pero esta delegación, como la del Consejo de Administración al Presidente, debe ser siempre condicional.
La toma de decisiones de los profesores, incluso en estas áreas académicas básicas, no siempre es ideal. A veces, los profesores y los departamentos ofrecen los cursos que quieren enseñar, no lo que los estudiantes necesitan aprender; Contratar profesores que compartan sus compromisos intelectuales o políticos, no lo que la universidad necesita; Y tomar decisiones de titularidad que exponen a la universidad al cierre o la exponen a peligro.
Creo que estos casos son raros, pero suceden. En esos casos, los profesores deben esperar que intervenga el decano o el presidente. Esto no es un abuso de poder. Refleja el hecho de que cada mandato es temporal y que los miembros del profesorado deberían tener derecho a gestionar el programa académico tomando decisiones acertadas y coherentes con importantes intereses universitarios.
La gobernanza compartida es un concepto sagrado que se remonta a su formulación original por parte de la American University en 1920. Es difícil abandonar el venerable modelo de gobernanza. Pero este concepto tiene más de 100 años y muchas cosas han cambiado desde entonces. En 1920, sólo el 3% de los estadounidenses eran graduados universitarios. Las universidades eran más pequeñas, más baratas, menos organizadas, enfrentaban menos competencia y eran menos importantes en la economía estadounidense y regional. La idea de que nuestras teorías de gestión universitaria deban quedar congeladas en el tiempo, y que no deban avanzar como en otros campos, es extraña. Es hora. Tengamos una conversación honesta sobre cómo se administran realmente las universidades y cómo deberían administrarse.
















